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PRINCIPALES AFIRMACIONES DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA ACERCA DE LA SAGRADA ESCRITURA
En el capítulo anterior se ha descrito la Sagrada Escritura como una obra divina y humana,palabra del hombre y palabra de Dios. Ahora toca examinar, también de manera general, cómose ha afirmado esta realidad a lo largo de la historia, qué puntos han sido objeto de discusión,etc.
Este repaso se podría realizar desde diversas perspectivas. Hacerlo desde el Magisterio de laIglesia, presenta una doble ventaja: por una parte, permite limitar la presentación a los hitos másimportantes; por otra, ofrece un conjunto de afirmaciones sobre el ser de la Escritura que puedenser, si se permite la metáfora, un mapa para el pensamiento teológico, ya que indican lasdirecciones y señalan las fronteras que puede tener esa reflexión sobre la Sagrada Escritura.
Antes de comenzar este recorrido, un juicio sumario puede ayudarnos a encontrar el punto devista correcto. La mayor parte de los documentos del Magisterio de la Iglesia sobre la Escriturapertenecen a los últimos 150 años. La razones de este hecho son relativamente claras. Desdemediados del siglo XIX, los textos de la Sagrada Escritura se empiezan a examinar por algunosdesde una óptica únicamente racionalista, situándolos no en el marco de la revelación divina,sino en el contexto de la historia de las religiones. A diferencia de algunas confesiones cristianas2 como, por ejemplo, los fundamentalistas2 que rechazaron toda investigación sobre lostextos, o de otras, que sucumbieron al racionalismo considerando los textos bíblicos como untexto religioso más, el Magisterio de la Iglesia respondió a aquellos ataques afirmando el origendivino de la Biblia, alentando a la vez a un estudio más profundo de los textos sagrados y del ambiente en el que nacieron, con el convencimiento de ese estudio acabaría por desenmascarar la falsa ciencia que pretendía igualar estos textos a los demás.
Sin embargo, antes de abordar el último siglo, es lógico que nos ocupemos de los anteriores.
1. LA FORMULA «SEGUN LAS ESCRITURAS» EN 1 CO 15,3 Y EN LOS SIMBOLOS DE NICEA Y CONSTANTINOPLA
En los primeros siglos del cristianismo no es fácil encontrar una reflexión profunda sobre elproceso de composición de la Sagrada Escritura. Con todo, se afirma continuamente el origendivino de los escritos. Los términos en los que lo hacen pueden ser significativos para la reflexión teológica.
Jesús y los Apóstoles. Es claro que, en algún matiz, la actitud de los apóstoles ante la escrituraes ligeramente distinta de la de Jesús. Sin embargo, en lo esencial, coinciden: la Escritura queellos reciben, los libros de Israel, no tiene un origen meramente humano. Las Escrituras formanparte del único designio salvador de Dios. Como este designio se realiza en Jesucristo, se afirmaque en Él se cumplen las Escrituras. Las fórmulas son diversas –«para que se cumplieran lasEscrituras» (Lc 24,27.44), «que se cumplan las Escrituras» (Mc 14,49), etc.–, pero la idea essiempre la misma: Jesús, su vida y sus acciones, forma un único designio con las Escrituras de Israel. La mejor expresión de esta realidad quizás sea el famoso paso de San Pablo:
«Pues os transmití en primer lugar, lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras» (1 Co 15,3-4).
La frase es rica desde muchos puntos de vista, pero señala con claridad la necesidad de entenderlas Escrituras desde Jesús y a Jesús desde las Escrituras. Es evidente también que estasexpresiones presupones una concepción del origen divino de la Escritura, en este caso delAntiguo Testamento, que se entiende como es como una preparación, por parte de Dios, de lasalvación que se obra en Jesucristo. También es claro que, aparte de la afirmación, no hay una explicación del cómo de la acción de Dios en esos libros.
El segundo momento importante es el de dos primeros siglos, con los Padres apostólicos yapologistas. Además de la enseñanza, la catequesis, que se hace por medio de la SagradaEscritura, los Padres hablan con las Escritura, y de la Escritura, en tres horizontes distintos.Ante a la lectura de los judíos que creen en el origen divino de la Escritura, pero que no hancreído en Jesucristo, justifican cómo las Escrituras hablan de Cristo; ante las corrientesgnósticas que niegan valor de revelación al Antiguo Testamento, afirman que éste tiene elmismo origen divino que el Nuevo; finalmente, frente a los paganos, hablan de la acción de Dios en los profetas.
Estas tendencias de los primeros escritores cristianos se resuelven finalmente en los símbolos dela fe. El Símbolo Apostólico, recogiendo la fórmula paulina, confiesa que Jesucristo «fueconcebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo elpoder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos y resucitóal tercer día según las Escrituras». Es, por tanto, un eco claro de la confesión apostólica y de lapolémica con los judíos. Más tarde, el Símbolo Niceno-constantinopolitano añade una nuevaprecisión que tiene de algún modo relación con la Escritura. En él se confiesa, entre otras cosas,que el Espíritu Santo «habló por los profetas». Es evidente que la confesión mira al origendivino de los escritos sagrados que vienen de una influencia del Espíritu Santo. Pero al decir quehabló por los «profetas» es evidente que está aludiendo al Antiguo Testamento, y por tanto, seenfrenta a quienes, como Marción, querían reducir la revelación al Nuevo Testamento.
A este respecto hay otra nota que aparece en documentos magisteriales de la época. En losdenominados Estatutos Antiguos de la Iglesia, se dice que para que alguien sea ordenado obispo«antes se le debe preguntar si cree que el autor del nuevo y del antiguo testamento, es decir, laley y los profetas, y los apóstoles, es uno y el mismo Dios» (EB 30). Claramente el horizonte dela afirmación tiene enfrente a los gnósticos: lo novedoso esta vez es la expresión Dios autor.
Podemos por tanto concluir que, sin recoger una gran especulación sobre el ser de la Escritura,los primeros siglos afirman el origen divino a través de la unidad del designio de Dios, que haceque Jesucristo se entienda según las Escrituras; que Dios se ha revelado también a travésEspíritu Santo que se sirve de hombres, los profetas para hablar; finalmente, con una expresiónmás novedosa, la doctrina católica de estos siglos confiesa que Dios es el autor de ambos testamentos.
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2. EL CARACTER SAGRADO Y CANONICO DE LOS LIBROS DEL ANTIGUO Y EL NUEVO TESTAMENTO. CONCILIO DE FLORENCIA
Todos estos términos se recogen más tarde en la Bula «Cantate Domino» del Concilio deFlorencia, con fecha 4 de febrero de 1442. Allí se dice lo siguiente:
«La Iglesia confiesa a un solo e idéntico Dios como autor del Antiguo y Nuevo Testamento, esto es, de la ley y los profetas y del Evangelio, puesto que los santos de uno y otro testamento han hablado (locuti sunt) bajo la inspiración del mismo Espíritu Santo. De ellos recibe y venera los libros que se contienen bajo los siguientes títulos…[catálogo de los libros canónicos] .../... Por eso condena el despropósito de los maniqueos que (...) afirmaban que uno era el Dios del Nuevo Testamento y otro el del Antiguo» (EB 47-48; Dz-Sch 1334-1335).
En este texto, hay varias notas que merecen la atención. Al tratarse de un Concilio de unión conlos orientales, se recoge el canon de los libros sagrados: el mismo que después será fijadodefinitivamente por el Concilio de Trento. A este propósito es importante notar que el Conciliohabla de libros «recibidos» y «venerados» debido a su carácter sagrado; por tanto, el peso de laargumentación no recae sobre una clarificación o una definición, sino sobre una afirmación delo «recibido». La condena de los maniqueos puede sorprender en un primer momento, pero estáfundamentada tanto por los orientales con los que se hace el decreto de unión, como por losrestos de los cátaros todavía presentes en Europa. En este contexto se entiende la expresiónnovedosa de Dios autor de uno y otro testamento, en relación con la inspiración del Espíritu.Con la expresión «autor» se alude a Dios como origen de la revelación. Respecto de lainspiración, la novedad está en el punto de vista. La profesión de fe hablaba del Espíritu Santo que «habló por los profetas», y aquí se cambia a la voz pasiva: los hombres hablaron «bajo la inspiración del mismo Espíritu Santo».
Así pues, Florencia presenta ya algunas formas novedosas: une en una misma definición a Diosautor de la Sagrada Escritura con la inspiración por parte del Espíritu Santo; además, se relacionan intrínsecamente inspiración y canonicidad de los libros, en concreto, se define la canonicidad por su relación con la inspiración.
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3. EL CANON DE LAS ESCRITURAS. CONCILIO DE TRENTO
El siguiente hito importante en el Magisterio solemne de la Iglesia lo constituyen los Decretossobre las Sagradas Escrituras emanados por el Concilio de Trento el 8 de abril de 1546. ElConcilio fue provocado por las tesis de Lutero, por lo que, en lo que se refiere a la Escritura, lainspiración está fuera de la controversia; lo que aborda el Concilio son un conjunto decuestiones prácticas referentes a la tradición oral, al canon de la Escritura, a la interpretación dela Biblia y a las traducciones. Los textos más importantes dicen así:
«El sacrosanto concilio ecuménico general de Trento, legítimamente reunido en el Espíritu Santo, (...) siempre tiene presente el deber de conservar en la Iglesia, una vez quitados de en medio los errores, la propia pureza del Evangelio que, prometido —anteriormente por los profetas en las escrituras santas“ (Rm 1,3 y otros), nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios, primero anunció con su boca y después mandó que fuese predicado a toda criatura (cfr. Mt 28, 19 y otros) por sus Apóstoles como fuente de toda verdad salvífica y de toda norma moral. Y puesto que el Concilio sabe que esta verdad y normativa está contenida en los libros escritos y en las tradiciones no escritas que, recogidas por los Apóstoles de la boca del mismo Cristo, o de los mismos Apóstoles, bajo el dictado del Espíritu Santo (Spiritu Sancto dictante), entregadas como de mano en mano (cfr 2 Ts ,14), llegaron hasta nosotros, siguiendo el ejemplo de los padres ortodoxos, con igual piedad y veneración acoge y venera a todos los libros tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, puesto que el único Dios es autor de ambos, así como las mismas tradiciones tanto las que se refieren a las cosas de fe como a las costumbres, ya que las retiene como dictadas oralmente por Cristo o por el Espíritu Santo (Spiritu Sancto dictante), y conservadas en la Iglesia Católica por una sucesión no interrumpida. «Para evitar dudas acerca de los libros reconocidos por este concilio, éste ha creído oportuno añadir un elenco a este decreto (EB 57). Son los siguientes: … (EB 58)».
Después de nombrar cada uno de los libros del canon, sigue diciendo:
«Si alguien no admitiera como sagrados y canónicos estos mismos libros en su integridad, con todas sus partes, tal y como se han leído tradicionalmente en la Iglesia católica y se contienen en la antigua edición Vulgata latina, y despreciara a sabiendas y con pertinacia dichas tradiciones, sea anatema» (EB 60).
Finalmente, en la sesión vespertina del mismo día se vuelve a invocar a la Vulgata, como laversión textual que debe tenerse por auténtica (cfr EB 61) y, en materia de fe y costumbres, se prohibe interpretar la Sagrada Escritura en contra de la interpretación que dio y da la Santa Madre Iglesia (cfr EB 62).
Estos textos son fuente para varias nociones importantes en la teología católica. En primer lugar,hay que notar que el Concilio toma como punto de partida el «Evangelio» de nuestro SeñorJesucristo. El Señor lo anunció y después mandó a los apóstoles que lo predicaran a todacriatura, como «fuente de toda verdad salvífica, y de toda norma moral», es decir, como canon.Es lógico que a continuación se defina el canon (la colección) de los libros que contienen estecanon (norma). En segundo lugar se dice que esta «verdad y normativa», es decir el «canonactivo» se contiene en libros escritos y tradiciones no escritas. Se dice que hay una acción delEspíritu Santo (dictante) en la recepción de esas tradiciones no escritas, afirmando, frente aLutero, que la Tradición transmite la revelación. Es evidente también que, aunque no aparezcaen los decretos la palabra inspiración, la realidad que expresa la palabra sí está presente.Finalmente, el texto se refiere a la Vulgata. El Concilio dice que el texto auténtico es el«recibido tradicionalmente en la Iglesia católica» y que es el que está en la base de la Vulgata,porque esta edición es la «aprobada por el uso de tantos siglos en la misma Iglesia» (EB 61).
La claridad de las fórmulas del Trento hizo de los textos conciliares una referencia para elpensamiento católico. De hecho, no se volvió a replantear más tarde ninguno de los temas abordados por el Concilio.
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4. LA SAGRADA ESCRITURA EN EL CONTEXTO DE LA REVELACION DIVINA. CONCILIO VATICANO I
Si Trento es el Concilio más importante para la cuestión del canon de la Escritura, el ConcilioVaticano I es imprescindible si se tiene que abordar la inspiración. Es sabido que el Concilio seinterrumpió por la entrada de las tropas italianas en los estados Vaticanos. Por eso, de los 18capítulos previstos en el esquema inicial del 18 de diciembre de 1869, sólo una pequeña partellegó a aprobarse: la Constitución Dogmática sobre la fe católica, Dei Filius, lo fue el 24 deabril de 1870. El texto central para la consideración del ser de la Sagrada Escritura es el siguiente:
«Esta revelación sobrenatural, según la fe de la Iglesia universal, proclamada por el santo sínodo de Trento, está contenida en los libros sagrados y en la tradición no escrita, que, recibida por los Apóstoles de la boca de Cristo o trasmitida casi de mano en mano desde los mismos Apóstoles bajo el dictado del Espíritu Santo, ha llegado hasta nosotros. Estos libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, en toda su integridad y con todas sus partes, tal y como son elencados en el decreto de ese concilio y como se encuentran en la antigua edición latina de la Vulgata, deben ser aceptados como sagrados y canónicos. La Iglesia los considera como tales no porque, compuestos por obra de un hombre hayan sido después aprobados por su autoridad, ni tampoco porque solamente contengan la revelación sin error, sino porque escritos inspirando el Espíritu Santo tienen a Dios como autor y como tales han sido entregados a la Iglesia» (EB 77).
Sustancialmente, la declaración renueva las de Florencia y Trento, aunque completándolas conuna definición de la inspiración mucho más precisa. La Sagrada Escritura sigue inserta en elmarco de la revelación divina. Lo nuevo es el contexto. Ahora, los errores no vienen delprotestantismo, sino del racionalismo que niega toda referencia sobrenatural. En el centro de laargumentación conciliar están la verdad y la autoridad. La revelación es verdadera porque sefunda en la autoridad de Dios que revela. En consecuencia, se define a Dios como autor de la Sagrada Escritura, señalando así que la Biblia es verdadera.
En este mismo marco, se entiende bien la descripción de la inspiración que se ofrece en estaslíneas. Se dice lo que no puede llamarse inspiración –la mera asistencia negativa por parte deDios, o la aprobación subsiguiente por parte de la Iglesia–, y se afirma la parte positiva: Dioses autor de la Escritura por una acción particular del Espíritu Santo que se denominainspiración; los libros son sagrados y canónicos porque, además de estar inspirados, han sidoentregados a la Iglesia. Más adelante se volverá sobre esta cuestión, pero el curso de la materianos enseñará la importancia de esta definición del Concilio Vaticano I que, genéricamente, trazalas fronteras que no puede traspasar la teología católica.
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5. LAS ENCICLICAS BIBLICAS
Entre el Concilio Vaticano I y el Vaticano II, la Santa Sede emanó múltiples decretos, y, sobretodo, tres encíclicas bíblicas. Una cosa llama la atención: aunque estos documentos no hacíansino aplicar las líneas de lo declarado por el Vaticano I, su influencia en la teología –enparticular las encíclicas Providentissimus Deus, de León XIII, y Divino Afflante Spiritu, de PíoXII– fue más grande que la del mismo documento conciliar.
La encíclica Providentissimus Deus (18.11.1893) nació como respuesta a las amenazas querecibía la Biblia como «fuente de revelación católica». Su origen remoto hay que buscarlo encierta literatura que quería ver contradicciones entre lo afirmado en la Biblia y lo que ponían demanifiesto los descubrimientos de las ciencias y el conocimiento histórico. Ante esos ataques, larespuesta de la apologética católica –al menos de una parte relevante, que suscitó lo que sedenominó la question biblique– no había sido muy afortunada, pues se limitó a restringir laacción de Dios en la inspiración a algunas partes del texto sagrado.
En esas condiciones, la encíclica aborda diversos aspectos de la Escritura, aunque eldocumento ha pasado a la historia por su enseñanza sobre la manera en que puede entenderse laEscritura cuando sus descripciones aparecen en contraste con las conclusiones de las cienciasfísicas, y por su definición de la inspiración. La Iglesia, dice León XII, no tiene ningún miedo ala ciencia y a la investigación, ya que una buena labor crítica, realizada con verdaderacompetencia científica, es el primer medio para defender la fe cristiana. Sin embargo, lo que nole es lícito a un católico es cambiar la fe de la Iglesia acerca de la Escritura, restringiendo, porejemplo, el concepto de inspiración. Esto explica la conocida descripción de la inspiración de la encíclica:
«Por lo cual nada importa que el Espíritu Santo se haya servido de hombres como de instrumentos para escribir, como si a estos escritores inspirados, ya que no el autor principal, se les pudiera haber deslizado algún error. Porque Él de tal manera los excitó y movió con su influjo sobrenatural para que escribieran, de tal manera los asistió mientras escribían, que ellos concibieron rectamente todo y sólo lo que Él quería, y lo quisieron fielmente escribir, y lo expresaron aptamente con verdad infalible; de otra manera, Él no sería el autor de toda la Escritura» (EB 125).
Esta descripción de la inspiración fue tan eficaz que se siguió en la mayoría de las explicacionesteológicas, y se impuso hasta en la catequesis. Más adelante, habrá que volver a ella paraanalizar diversas nociones presentes en ella: el hagiógrafo como instrumento, la acción de Diosen las facultades del hagiógrafo, etc. Sin embargo, sí merece la pena detenernos en un punto. Siatendemos a las frases del documento, percibimos enseguida que la doctrina no hace sinodesarrollar el Vaticano I. La categoría base es la noción de Dios Autor, pero ahora se aplica a lacomposición de un texto literario. Sin embargo, a diferencia del texto conciliar, la encíclica nomenciona la revelación y, en consecuencia, la autoría de Dios se vincula más con su acción de la inspiración que con la revelación. Además, la inspiración se ordena directamente a la veracidadde la Escritura. Tener presentes estos matices nos ayudará a entender el curso de las reflexionesen torno a la inspiración en los años siguientes, pues, como se puede apreciar, la descripciónpartía de las concepciones expresadas en el Vaticano I, pero, al olvidar la noción de revelación,la teología posterior a Providentissimus Deus se separó de sus fundamentos conciliares.
Con todo, en un juicio sumario, se puede afirmar que la encíclica de León XIII solucionó lacuestión de la aparente contradicción entre el conocimiento de las ciencias y el mensaje de laBiblia, y propuso unas líneas de reflexión en torno a la noción de inspiración. Desde aquí, elsiguiente documento importante del Magisterio de la Iglesia en torno a la Sagrada Escritura es laencíclica Spiritus Paraclitus de Benedicto XV, publicada el 15 de septiembre de 1920, conmotivo del quinto centenario de la muerte de San Jerónimo. La falsilla del documento es eltrabajo exegético de San Jerónimo, pero con este motivo sale al paso de algunas interpretacionessesgadas de Providentissimus Deus. En su conjunto, ha pasado a la historia por sus precisiones alas teorías que podían relativizar el valor de la descripción bíblica de los acontecimientos históricos.
El 30 de septiembre de 1943, fiesta de San Jerónimo, Pío XII quiso conmemorar los cincuentaaños de Providentissimus Deus con una nueva encíclica bíblica, la Divino Afflante Spiritu. Deeste documento se ha dicho que es la charta magna de la exégesis católica. Además de ser unaconmemoración de la encíclica de León XIII, el documento tenía como ocasión próxima, unapolémica suscitada en Italia. Dolindo Rutuolo –un sacerdote italiano que firmaba con elseudónimo Dain Cohenel– había difundido entre las curias un opúsculo en el que advertía delos peligros de la exégesis crítica: esta exégesis, decía, con su vana erudición constituye unpeligro contra las almas. La crítica textual atenta contra la sacralidad del texto bíblico, la críticaliteraria contra el sentido evidente de toda la tradición etc. Sobre todo contraponía el sentidoliteral descubierto con la investigación al sentido espiritual del la Iglesia.
En estas condiciones, Divino Afflante Spiritu expone los beneficios que se han derivado de ladoctrina expuesta en Providentissimus Deus, precisando al mismo tiempo algunos de suscontenidos, para responder a los retos de los nuevos conocimientos. Como frutos más excelsosde su enseñanza, cabe destacar: la necesidad de la crítica textual y del recurso a los textosoriginales; el sentido literal de los textos bíblicos como objeto primero de la exégesis, y el usocorrecto del sentido espiritual en relación con el literal; la importancia del estudio de los génerosliterarios en la determinación del sentido literal; y, finalmente, la precisión de que el hagiógrafo,al escribir el texto sagrado, es un instrumento, pero un instrumento vivo y libre.
En 1993, al cumplirse 50 y 100 años, respectivamente, de las encíclicas de León XII y Pío XII,el Papa Juan Pablo II resaltó su importancia, recordando sobre todo que,
«a pesar de la gran diversidad de dificultades que tenían que afrontar, las dos Encíclicas coinciden perfectamente en su nivel más profundo. Ambas rechazan la ruptura entre lo humano y lo divino, entre la investigación científica y la mirada de la fe, y entre el sentido literal y el sentido espiritual. Aparecen, por tanto, plenamente en armonía con el misterio de la Encarnación» (EB )
Éste es el núcleo del Magisterio ordinario, y también de la investigación católica, en últimosiglo. No hay incompatibilidad entre fe y razón, entre lo que descubre la razón humana, o elconocimiento científico, y la revelación contenida en la Sagrada Escritura. La coherencia entre ambos conocimientos puede ilustrarse a través del misterio de la Encarnación. Todos estos aspectos confluyen de alguna manera en el Concilio Vaticano II.
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6. ANALOGIA ENTRE LA ESCRITURA Y EL MISTERIO DEL VERBO ENCARNADO. CONCILIO VATICANO II
No hay duda de que, hoy por hoy, el documento del Magisterio más importante para lacomprensión de la Sagrada Escritura es la Constitución Dogmática Dei Verbum, del ConcilioVaticano II (18.11.1965). En los años anteriores al Concilio, el problema principal en la teologíade la Biblia era la explicación de la inspiración de la Sagrada Escritura. El Concilio no abordóesa cuestión directamente, y por eso, en el inmediato post-concilio, más de uno afirmó que DeiVerbum había añadido muy poco a la teología de la Escritura. En realidad, Dei Verbum dejóresueltos muchos problemas que la teología venía arrastrando desde muchos años atrás: larelación entre Escritura y Tradición, la veracidad de la Sagrada Escritura, la historicidad de losevangelios, el uso de la metodología crítica en el estudio de los textos sagrados, etc. Pero,además, el Concilio ha dejado sentadas las bases para una teología de la Sagrada Escritura,bases que, como señaló en su día J. Ratzinger, en muchos casos están todavía por desarrollar.
La teología de la Escritura presente en Dei Verbum, pero que está por desarrollarr, tiene quellegar a resolver, sobre todo, dos cuestiones: cómo la palabra de la Escritura es palabra de Diosen la Iglesia, y qué consecuencias tiene esto para su interpretación. El Concilio orienta a lasolución de estas dos cuestiones a través de su estructura, y con unas marcas muy precisas en su concepción de la revelación y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia.
Que la Sagrada Escritura tenía que entenderse en el marco de la revelación era ya doctrinaexplícita del Concilio Vaticano I. Lo novedoso ahora es el concepto de revelación, que sevincula más a la noción de encuentro, de comunión, que a la de locutio, y que en consecuenciaes algo más dinámico que el mero remitir a unos decretos de Dios, como se señalaba en elVaticano I. La Escritura no puede entenderse ahora como «palabras de Dios» sino comoexpresión de la Palabra de Dios mostrada en la revelación. En consecuencia, la SagradaEscritura no puede entenderse de modo autorrerefencial, sino en referencia a la revelaciónrecibida en la Iglesia. En este contexto, ya se puede proponer una exposición de la acción deDios en la composición de los libros que el Concilio expresa así:
«La revelación que la Sagrada Escritura contiene y ofrece ha sido puesta por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo. La santa madre Iglesia, fiel a la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo (Jn 20, 31; 2 Tim 3, 16; 2 Ped 1, 19-21; 3, 15-16), tienen a Dios como autor y como tales han sido confiados a la Iglesia. En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todos sus facultades y talentos; de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería» (Dei Verbum, n.11).
Se suele afirmar que el Concilio, al tratar de la inspiración de la Escritura, propone una vuelta alas esencias. La revelación, que no se reduce a la Escritura, se contiene y se expresa en ella deuna manera propia y única. Y esto por una acción particular del Espíritu Santo. Esta acción delEspíritu Santo es múltiple. En lo que se refiere a la escritura y composición de los libros, Diosse sirve de hombres que pueden llamarse, con propiedad, autores de sus escritos, aunque son autores inspirados.
Si Dios es autor, y los autores inspirados lo son también, hay que concluir que «Dios habla en laEscritura por medio de hombres y en lenguaje humano» (Dei Verbum, n.12). Pero, como esta explicación con categorías meramente lógicas puede derivar hacia actitudes docetistas, el Concilio completa la descripción con una analogía eficaz:
«La palabra de Dios, expresada con lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres» (Dei Verbum, n. 13).
Por tanto, la colaboración entre Dios y los autores de la Sagrada Escritura, que se habíaexpresado hasta ahora por vía de concurrencia, se completa ahora por la vía de la Encarnación:la Escritura es el resultado de la comunión y encuentro de Dios con los hombres, cuyo tipo acabado es Jesucristo, el Verbo encarnado.
La otra dimensión presente en el texto conciliar es la acción del Espíritu en la Iglesia. En laestructura y en las frases del documento se expresa la acción del Espíritu Santo en lacomposición de los libros, y de manera paralela en su comprensión. La conocida frase, «hay queleer e interpretar la Sagrada Escritura con el mismo Espíritu con que se escribió» (Dei Verbum,n. 12), remite a la acción del Espíritu Santo en la composición del los libros sagrados –lainspiración– que se completa cuando esos libros se leen en la Iglesia donde, por virtud delEspíritu, la Escritura –que, como todo escrito, no es palabra muerta hasta que se lee– pasa a ser palabra viva de Dios.
Estas sugerentes orientaciones del Concilio Vaticano II son las que se procurarán seguir a largo de esta exposición.
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